Espejito, espejito mágico

Espejito, espejito mágico

Teniendo en cuenta que, hasta los 6 años, la autoestima de los niños depende de la aprobación y el cariño de los adultos, conviene pararse a reflexionar sobre ello, pues estamos sentando las bases para que, más adelante, la presión social o los fracasos no mermen el concepto que tu hijo tiene de sí mismo.   

Un correcto desarrollo emocional en los niños debe tener siempre presente la autoestima, que empieza a formarse en base a los cuidados afectivos de los padres y resultan indispensables. En los primeros años, la autoestima depende del cariño y los mensajes de aprobación o desaprobación que el pequeño recibe del adulto y de las habilidades que este reconoce como logros. Sin embargo, a partir de los 6 años, la opinión que tiene de sí mismo empieza a depender más de lo que piensan sus iguales, sumándose, más adelante, el rendimiento académico. Por ello y teniendo en cuenta tanto la falta de control sobre el pensamiento de los compañeros como lo que puede llegar a fluctuar el rendimiento escolar según las circunstancias o contenidos, lo mejor para conseguir que la autoestima de los niños no sufra graves alteraciones es asegurar una buena base en los primeros años, trabajando, a partir de los 5 años, lo que cada cual aporta en un grupo de iguales, para que cada niño pueda sentirse valorado por el resto.

Gustarse a uno mismo

La autoestima se fundamenta en la creencia del niño de ser digno de amor y sentirse importante solo por el hecho de existir, valorado y respetado como individuo. Este posee cualidades y recursos para gustarse a sí mismo. De hecho, uno de los juegos que más gusta a los niños pequeños es mirarse al espejo y empezar a reconocerse en él. Hace muecas, sonríe, se da besos, mastica, juega con su imagen y se habla. A la vez, desde que nace, aprende a verse en función del lenguaje verbal y corporal, o las actitudes y los juicios que sobre él emiten los adultos a los que considera importantes. Se juzga a sí mismo comparándose con los demás y según sean las reacciones de estos. Poco a poco va formando una opinión de sí mismo que afecta a su estabilidad y constituye el núcleo de su personalidad, determinando la forma en que utilizará su potencial. Así, ante experiencias positivas sobre sí mismo, el niño irá adquiriendo seguridad, aceptación y confianza para que su autoestima sea un buen punto de apoyo. Esto, junto con el conocimiento de sí mismo, creará unas expectativa apropiadas para alcanzar la estabilidad emocional que necesitará para afrontar los desafíos de la vida. Sin este nivel de autoestima y autoconocimiento, pueden suceder dos cosas con un mismo resultado final: que se menosprecie o que sus expectativas sobre sí mismo sean tan altas que, al no llegar a alcanzarlas repetidamente, crezca su inseguridad y la ansiedad ante cualquier reto. Pronto el niño acabará mostrando poca o ninguna motivación ante nuevos aprendizajes y relaciones, siendo una de las principales causas de las conductas desadaptadas en la infancia, ya que, al tener un concepto negativo de sí mismo –“no soy capaz”, incluso “soy malo”­, el niño adapta sus comportamientos a este juicio retrayéndose o actuando “mal”, por lo que se le vuelve a regañar, juzgar, castigar y rechazar, arraigando en él con más firmeza sus problemas de autoestima. Su propia coherencia interna le hace persistir en conductas que conllevan o confirman su autoconcepto.

Construyendo una imagen positiva 

Teniendo en cuenta que las primeras impresiones adquiridas en el núcleo familiar sobre nosotros, los demás y el mundo son las que nos acompañarán toda la vida, los padres pueden ayudar en gran medida a fomentar una autoestima positiva en sus hijos:

  • A fuerza de cariño. Querer a un hijo es algo que muchos padres consideran como un hecho indiscutible que no hay que declarar y demostrar a cada paso. Sin embargo, sí que debemos asegurarnos de que el niño se siente querido por sus padres a través de muestras de cariño, festejos en sus logros, mostrándole atención en exclusiva, jugando, contándole historias, acudiendo y apoyándole cuando nos necesite…
  • El “no” cariñoso. Al hablar de hacer sentir al niño seguro y amado, podría llegar a malinterpretarse con sobreprotegerle. Sin embargo, hay que huir de ello, ya que la sobreprotección impide el manejo de la frustración, la autonomía para resolver problemas y la empatía.
  • Te quiero y te querré siempre. El cariño de los padres debe ser percibido como algo sólido e indestructible, un amor desde el que crecer y en el que apoyarse. Por lo tanto, no hay que confundirles al intentar enseñarles comportamientos o habilidades. El mensaje que reciba debe ser el de un amor incondicional e independiente de que lo que diga o lo que haga esté bien o mal. Los castigos deben imponerse ante una conducta inadecuada sin chantaje emocional. Si le retiras la atención, debes explicarle que es porque no te gusta lo que estaba haciendo, no porque hayas dejado de quererle. El “pues ya no te quiero” solo se le permite a él, quien lo utilizará en sus enfados en la misma medida en la que los adultos lo utilicen con él.
  • Te ayudo; no te lo hago. Para que los niños se sientan valorados y capaces, los padres muchas veces deben atarse las manos, es decir, dejar que hagan las cosas solos, aunque tarden una barbaridad. Incluso deben dejar que se equivoquen, pues el valor de un error es el aprendizaje que conlleva: no volver a hacer las cosas igual y tener que buscar una solución para el problema en el que ha derivado. Conclusión: me equivoco, pero soy listo y lo arreglo.
  • No quiero. La etapa del no es una de las más difíciles de llevar por los padres, pues la paciencia tiene un límite y los niños que se estrenan en ella llegan a decir ‘no’ hasta cuando quieren decir ‘sí’. ¿Por qué lo hacen? Por autoafirmación. Llevar la contraria sacia su necesidad de ser él mismo, independientemente de lo que los demás esperen de él. Los padres, por su parte, tendrán que volver a armarse de paciencia, no castigarle por negarse –sino por no hacerlo–, darle un poco de espacio y ofrecer dos alternativas para que sea él quien decida y sienta que su opinión es relevante. Tampoco hay que esperar que se comporte como el resto de los hermanos o amigos; él es como es, con sus gustos y motivaciones, y hay que respetarlos y no intentar reconducirlos para que sean los que a nosotros nos interesa o los del resto del grupo.
  • Tu opinión cuenta; la de los demás también. Poner en relieve sus gustos, elecciones y opiniones a veces entra en conflicto con los intereses del resto. Por lo que hay que hacerle ver que existen y que, aunque todas las opiniones cuentan, unas veces suman mayoría, otras veces es el turno de otro y, en ocasiones, son las personas mayores quienes deben decidir. Trabajar todo esto desde la empatía, le ayudará a no caer en el individualismo egoísta.
  • Estamos en familia. Esta expresión suele decirse cuando quieres que alguien se sienta cómodo y sea él mismo. Pues eso es lo que hay que conseguir: el ambiente familiar adecuado para que el niño se exprese sin miedo, comunicando sus pensamientos y sentimientos, aunque estos contradigan los de los demás, fomentando así el espíritu crítico y el diálogo, y procurando siempre ofrecer unas pautas y valores coherentes como referencia.

 

Autor: Asociación Mundial de Educadores Infantiles

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